Azul plexiglás

¿Qué sucede en la cabeza de alguien cuando, cada treinta minutos aproximadamente, la sirena de un coche de policía te desvela, te asusta y te recuerda que vives en el barrio más peligroso de la ciudad?

Sucede que te concentras sólo durante treinta minutos. Sucede que aprendes intensamente a descansar, a estudiar, a leer e incluso a hacer el amor en fracciones de tiempo divisible entre dos. Tu vida se convierte en un número par, en un quebrado, en una división inevitable que te destruye o te vuelve un cardo borriquero. Lo primero no tiene un destino apetecible y de lo segundo saldré con fuerza de voluntad. Me encuentro en el camino múltiple. En la línea de ascenso a la planta superior. Al control de mis temores y en el sendero de las técnicas de recuperación y mantenimiento.

La pantalla que tengo frente a mí, me recuerda que debo pulsar un botón. La tecla que me hace escuchar lo que yo elijo al menos durante unos segundos. Escucho a un locutor: El lunes a las 22:30 de la noche en Tele… Pulso. Una protección natural 100%. Pulso. Música. Es el Canon de Pachelbel. Relajante crescendo que deja de serlo a medida que hace que me sienta sola como un número primo. Como la tonta de un pueblo deshabitado. Tonta como Margarita, mi prima la de Albacete, que se creía que Jorge Javier Vázquez era un escritor famoso y no un personaje de los cromos de la palma. Tonta como su amiga Matilde (Mati como ella la llama), que salió una sola vez del pueblo, sólo una, viajó a Madrid y regresó al día siguiente.
-Casi no he salido de la estación- dijo al llegar.

La misma Mati que no era gorda, sino ancha de hueso. Un número par. Indivisible por cercanía o afinidad, por reducción. A los cinco meses se descubrió su embarazo y dijo: lo que pasa es que allí hay mucha contaminación y estrés y no todos los cuerpos reaccionan de la misma manera.

Oigo la sirena acercarse, con su sonido azul uniforme y reflejos de plexiglás. Pulso off, me levanto unos minutos y fumo.
La ventana del baño cerrada. La puerta de la calle con dos vueltas de llave, las cortinas de mi habitación cerradas y la ventana ligeramente entreabierta. Repaso mental de mi refugio, de mi casa segura y cerrada. Me levanto y tiro de la cisterna. Vuelvo a acostarme. Pulso on. El crescendo está a punto de llegar a su final. Curiosamente no a ninguna cima, sino a un precipicio que corta el verbo y las ganas. A la caída. Al final. Pulso. El ñandú es incapaz de volar, sin embargo todo su cuerpo está adaptado para correr a gran velocidad si se ve en peligro… Justo lo contrario de lo que a mí me sucede. Me paralizo con los imbéciles. Pulso. De las cuatro opciones: A, tanto va el cántaro a la fuente… Pulso. Los vídeos musicales siempre son una escapatoria. La MTV es una aliada. Permanezco tumbada desnuda sobre la cama, esperando.

Esta noche se retrasa el turno. Imagino una pieza diferente esta vez. Una mente privilegiada. Complicada, inquieta y torpe sexualmente. Sin un uniforme adjudicado ni conocido. Algo anónimo, oculto socialmente, desconjuntado, mezclando cuadros con rayas. Con gorro de lana en verano y gafas de sol. Corpulento y tostado por partes. Con un culo blanco y dibujado. Suena mi teléfono móvil.
-¿Si? Desengaño 23, 2º Dcha- cuelgo.

Enciendo un cigarrillo y una vela. Pulso. Los productos de limpieza más revolucionarios no son los más caros… Pulso. Vuelvo atrás. Enya es perfecta. Suena el portero automático. Abro la puerta sin miedo. Muy tranquila vuelvo a la cama y estiro la ropa. Llama a mi puerta con los nudillos. Me acerco y abro sólo con mi bata de seda rosa. Tiene barba de tres días y uniforme. Me saluda tímidamente y sonrío. Cierro la puerta y camino delante en dirección al baño. Lo abandono allí con la luz encendida y lo espero sentada en la cama. Subo el volumen del televisor y enciendo otro cigarrillo.

Minutos más tarde aparece con el pelo un poco húmedo y vestido completamente. Como cuando entró. Me hace preguntas y me habla de la noche ahí fuera mientras se quita complementos que indican a qué se dedica. Le paso mi cigarrillo y fuma. Abre su camisa y afloja su cinturón lentamente. Es guapo. Tiene unos brazos y un torso trabajados y que ofrecen seguridad ciudadana. Dejamos de hablar y nos tocamos. Nos acostamos y giramos juntos durante un tiempo. Luego permanecemos tumbados y quietos durante unos minutos. Callados. Mirando el techo que se ilumina de vez en cuando. Luego fumamos más y vuelve a ponerse su uniforme, a redecorarlo con los mismos complementos, en los mismos lugares. Lo dejo solo mientras termino de arreglarme en el baño y finaliza su ritual. Cuando regreso ha terminado y está quieto mirando por la ventana. Compruebo que en el cajón de mi mesita de noche se encuentra el sobre de siempre. Le sonrío y me besa. Lo acompaño a la puerta.
-En el camino nos encontraremos- dice antes de irse.

Cierro la puerta. La sirena vuelve desde lejos, las luces y algunas voces. Cierro la ventana, apago la luz de la mesilla y pulso off.

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4 comentarios en “Azul plexiglás

  1. Me gusta mucho como vas narrando lo que sucede. Me enganchas desde la primera sílaba. Tienes un don especial que tienes que seguir poniendo a disposición de los que te leemos. Ánimo siempre. Un fuerte abrazo de mi parte. Omar

  2. Paseo por primera vez entre tus palabras y me pierdo en ellas… Visualizo cada escena, cada detalle. Francamente interesante. Voy a perderme un largo tiempo en otras que hayas dejado por aquí, sospecho…

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